Nuestro bebé recién nacido está durmiendo en su cuna. Nuestro amor por él es difícil de describir, ya que es inmenso, incondicional, infinito.
Cuando llegó el día en que pudimos tener en nuestros brazos al anhelado niño, los padres pensamos inmediatamente: «¡Por este bebé, iríamos al fin del mundo!». Este recién nacido, tan frágil y dependiente, no puede hacer nada para «merecer» nuestro amor. Hemos pasado por los dolores de parto y las dificultades del embarazo, así que ¿por qué esos sentimientos? ¿Por qué ese amor incondicional por él? ¡Porque es nuestro hijo!
Esto es exactamente lo que Dios siente por nosotros cuando dice: «¡Con amor eterno te he amado!». Antes de que podamos hacer nada, Dios nos declara su amor.
¿Cómo respondes a ese amor?
Texto de la semana: 1 Juan 4:18-21