Dos discípulos de Jesús se dirigen a la aldea de Emaús. Conocen bien a Jesús. Lo acompañaron durante tres años. Hoy están tristes porque acaban de perder a su amigo. Jesús ha muerto. De eso hablan por el camino. Su dolor es grande.
Al cabo de un rato, un hombre se une a los dos discípulos. No lo reconocen. Pero es precisamente Jesús resucitado. Les pregunta: «¿Por qué estáis tan tristes?». Los discípulos le cuentan sobre la muerte de su amigo en la cruz. De repente, este hombre empieza a explicarles, a partir del Antiguo Testamento, que así es como tenía que ser. Pronto llegan a Emaús. Ya es de noche y los discípulos invitan a casa a su nuevo compañero.
Todos se sientan a la mesa y Jesús toma el pan y da gracias a Dios. Lo parte y se lo reparte. ¡Es entonces cuando por fin lo reconocen! «¡Es Jesús! ¡Está vivo!». ¡Qué alegría! Su tristeza ha desaparecido.
La resurrección de Jesús le proporciona una base sólida a mi esperanza de vida más allá de la muerte.
Y tú, ¿qué esperanza tienes?
El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
Juan 5:24
Texto de la semana: Lucas 24:1–20