Hoy, como en la época de los apóstoles, hay muchos que, por razones de sentido común, ocultan la resurrección de Jesús y así se meten en problemas. Tanto judíos como romanos trataron de encontrar pruebas de que el cuerpo de Jesús se había corrompido como cualquier otro. Pero hay demasiadas razones en contra de eso.
*Una vez roto el sello y removida la piedra, los servicios secretos romanos no habrían tardado en detener a los posibles ladrones.
*Los discípulos de Jesús no huyeron. No tenían nada que ocultar. Dieron testimonio de la tumba vacía y del Señor resucitado.
*Los guardias, por su parte, huyeron despavoridos. Temían que los condenaran a muerte. Para salvar las apariencias, se silenció todo el asunto. Se difundió una mentira por dinero.
*A Pedro le convenció ver los paños que envolvían el cuerpo de Jesús doblados en perfecto orden. Tomás creyó después de tocar las marcas de los clavos.
*Más de quinientos hombres fueron testigos de la resurrección. Para sacarlos de sus dudas, Jesús se mostró a varios de ellos y comió ante sus ojos.
Reconocer estos hechos es una cosa. Pero tener una relación con Jesús, el Hijo de Dios, es otra. Solo la fe en él y en su resurrección trae nueva vida.
No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo.
Mateo 28:6
Texto de la semana: 1 Corintios 15:34–58 / Lucas 24:36–43