En la vida, buscamos satisfacer una necesidad profundamente arraigada. Queremos pertenecer a una determinada familia, grupo, club o pueblo. Este sentimiento de pertenencia nos da identidad y seguridad. Dios mismo ha puesto en nosotros esta aspiración.
El pecado nos ha separado de Dios y nos ha puesto bajo el dominio de Satanás. Jesucristo, el Salvador prometido, vino al mundo para reconciliarnos con Dios. Todos los que creen en él y ponen su confianza en él tienen el derecho de pertenecer a la familia celestial de Dios (Juan 1:12).
Esta confianza en las promesas de la Biblia nos ofrece una certeza y seguridad profundas que nada tienen que ver con ser pretenciosos. Dios mismo, por medio de su Espíritu, nos da la convicción interior. Este nuevo sentido de pertenencia es algo más que un sentimiento. Es una identidad totalmente nueva en Cristo Los discípulos de Jesús se dejan guiar por el Espíritu Santo porque se han convertido en hijos de Dios. Es más, ¡tienen vida eterna!
¿En qué se basa tu certeza de que perteneces a la familia de Dios?
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios.
1 Juan 5:1
Texto de la semana: Romanos 8:1–17