Todos me criticaban y me evitaban, era la oveja negra a los ojos del equipo y de la dirección. Aparentemente era culpa mía que las cosas hubieran llegado a este punto… Imagina el ambiente… Tenía miedo de lo que la gente dijera de mí.
Hablar a espaldas del otro es más fácil que hablar con él. Los conflictos se complican y se enredan hasta ser irresolubles.
Yo estaba triste, pero elegí el camino del perdón y la paz. De pronto, recuperé la serenidad. ¡Y qué liberación!
Hace falta mucho valor para oponerse al temor a los demás y depositar tu confianza en Dios. El Padre Nuestro contiene este ruego: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». El perdón y la reconciliación los obtenemos con Dios. Luego Él nos da el valor y la fuerza para pedir perdón a nuestros semejantes. De este modo, nuestros corazones hallan alegría y serenidad, y el temor a los hombres se ve obligado a irse. No es una experiencia aislada. Nuestro recorrido por la vida es como un entrenamiento constante para el que necesitamos la ayuda de Dios.
¿Cómo afrontar el miedo a los demás?
Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca.
Mateo 7:24
Texto de la semana: Lucas 11:2–4