Mientras Jesús habla de su muerte y de su sufrimiento inminente, sus discípulos hablan de quién será el más grande, el mejor y el más importante en el «reino de los cielos».
¡Cuántas veces soy como los discípulos: centrado en mí mismo y solo preocupado por mis beneficios! Esta actitud me ciega y me hace insensible a los problemas de mis semejantes.
Jesús es diferente. No busca ponerse en primer plano cuando sin duda es el más grande, sino que toma la toalla y el recipiente de agua y comienza a lavar los pies de sus discípulos. ¡Él les sirve: «amor puro» y humildad! A Pedro, que no se deja lavar, Jesús le aclara que este lavamiento simboliza la purificación de los pecados y que negarse a este gesto pone en peligro su comunión con él. Finalmente, Pedro aceptará que así sea.
Jesús invierte completamente nuestra manera de pensar. ¿Dejas que Dios te limpie del mal que hay en ti? ¿Es esta la condición indispensable para una verdadera relación con Dios?
Pedro dijo: ¡Jamás permitiré que me laves los pies! Respondió Jesús: Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
Juan 13,8
Texto de la semana: Juan 13,1–20
¿Cómo experimentas la guía de Dios?