Desde el punto de vista histórico, este hecho cobra gran importancia. Su presentación fue muy discreta y peculiar: un bebé que nace en un establo y que paga por el pecado de la humanidad. Nada menos que el mismísimo Dios ofrece a su único y amado Hijo para acabar con la culpa y el pecado.
A partir de esta celebración se ha creado un espectáculo sentimental y religioso, con mucho mercantilismo y glamur. En lugar de adorar al Salvador del mundo, le damos el protagonismo a unos regalos que muchas veces ni se valoran e ignoramos el verdadero regalo: el Hijo de Dios.
Conclusión: la Navidad es una celebración para recordar al Rey de reyes que quiere renovar nuestros corazones. Su deseo es tener una relación real y diaria con nosotros. Él no quiere ni oír hablar de fórmulas religiosas.
Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David.
Lucas 1,31-32
Un consejo: deja para los demás el estrés navideño y tú acércate a la presencia de Dios. Abre tu corazón y cuéntale tus preocupaciones. Puedes estar seguro de que te escucha. Entonces habrá una gran celebración en el cielo, ¡no lo olvidemos!