El año pasado, justo antes de Navidad, visité un campo de refu- giados en el norte de Irak. Me permitieron pasar unas horas con los niños que habían tenido que dejarlo todo para estar a salvo. Celebraron la Navidad por primera vez en sus vidas y recibieron un pequeño regalo. La alegría de sus ojos hizo que valiera la pena el viaje.
De regreso a casa, aterricé en «la locura del estrés navideño». Cientos de personas recorrían la ciudad en todas direcciones para comprar los regalos deseados. Más que nunca, este frenesí me pareció algo fuera de lugar.
Jesús vino a este mundo como niño, en la pobreza. Se le llama Príncipe de Paz, Dios de Amor y Salvador. Él mismo es el regalo más hermoso que podríamos desear. Sin embargo, compramos regalos con la esperanza de hacer felices a los demás. La Navidad es el momento de desear cosas que el dinero no puede comprar.
Sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al Dios verdadero. Vivimos unidos al que es verdadero, es decir, a su Hijo Jesucristo.
1 Juan 5,20
Texto de la semana: Hebreos 4,1–13
¿Qué es lo que te mueve en este tiempo de Adviento?