La primavera pasada compré semillas de maíz y las sembré en una maceta en la terraza. Al principio, las plantas florecieron, cada vez más grandes y hermosas. Las cuidé lo mejor que pude. Sin embargo, al cabo de un tiempo, empezaron a cambiar de color y a marchitarse. Finalmente, se secaron por completo. ¿Qué pasó?
Tras investigar un poco, descubrí que el maíz tiene que cultivarse en campos. La maceta de la terraza no era lo adecuado.
Esta experiencia me enseñó una cosa:
Dios me creó para estar en relación con él, arraigado en él, como el maíz en el campo. Él me aporta los nutrientes que necesito para crecer y fructificar. Así que mis raíces necesitan espacio suficiente para recibirlos. Gracias a su perfecto cuidado, podré dar buen fruto.
¿De dónde obtienes tus nutrientes?
[Estáis] arraigados y edificados en él.
Colosenses 2:7a
Texto de la semana: Salmo 1