Una mujer entra en una casa donde acabas de recibir a Jesús. Parece decidida. Tiene un solo objetivo: ver a Jesús. Se acerca a él. De repente, las lágrimas corren por su rostro y caen a los pies de Jesús. Sin dudarlo, se seca las lágrimas con los cabellos. Luego besa los pies de Jesús una y otra vez. Por último, derrama un caro ungüento sobre sus pies. Desde el punto de vista de los líderes religiosos que rodeaban a Jesús, esta mujer lo profanaba cada vez que lo tocaba. La Biblia dice que es una pecadora. Probablemente sea una prostituta. El tipo de personas más despreciadas en aquellos días. Pero Jesús no la rechaza. La deja obrar y valora su confianza. ¿Resultado? Jesús mira a la mujer y le concede el perdón. Esto es precisamente lo que ella esperaba. Por eso había venido a verle.
¿Tienes lágrimas? No dudes en entregárselos a Jesús
… olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.
Filipenses 3:13–14a
Texto de la semana: Lucas 7:36–50