Hace poco, una señora me contó cómo hizo pan por primera vez. De hecho, tenía muy poco tiempo, pero se le había metido en la cabeza: hoy quiero hacer mi propio pan. A toda prisa, reunió los ingredientes necesarios, los mezcló en la masa y la horneó.
Pero cuando se lo comió, ¡qué decepción! ¡Estaba soso, no sabía a nada! En su impaciencia, había leído la receta demasiado rápido y había olvidado un elemento esencial: la sal.
Todos necesitamos paciencia. La Biblia lo dice. Cuánto daño se hace cuando se es impaciente, y no solo en las cosas materiales. La impaciencia puede tener consecuencias dolorosas en nuestras relaciones familiares, amistosas y profesionales.
Por lo tanto, vamos a tomarnos un tiempo. Practiquemos la paciencia con nosotros mismos y con los demás. Pensemos detenidamente para discernir lo que es importante para nuestra vida, hoy, mañana, dentro de un mes… Una cosa es segura: para saber lo que Dios quiere de nosotros, necesitamos paciencia. Las respuestas rápidas suelen acabar resultando inadecuadas.
Necesitáis tener fortaleza en el sufrimiento, para hacer la voluntad de Dios y recibir lo que él ha prometido.
Hebreos 10:36
Texto de la semana: Santiago 5:7-11