«¡Debería darte vergüenza!». Eso es lo que su madre le decía. Terminó en el mundo de la droga y más tarde en la cárcel. Incluso estuvo a las puertas de la muerte.
La vergüenza es una sensación extremadamente dolorosa. Nos empuja a una culpa que se vuelve tan insoportable que intentamos huir de ella a toda costa. Algunos se quedan paralizados emocionalmente, otros se vuelven agresivos o tienen un comportamiento autodestructivo. Para silenciar la propia vergüenza, se humilla a los demás burlándose de ellos o hiriendo su dignidad. Así es como a menudo la vergüenza se transmite de generación en generación.
Jesús conoció a una mujer que acababa de ser sorprendida en el acto de adulterio. Los religiosos la acusaron y la humillaron públicamente. En su opinión, había que lapidarla. Jesús le dijo: «No te condeno». ¡Qué liberación para esta mujer!
Jesús le dijo: –Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.
Juan 8,11
A ti tampoco te condena, querido lector. ¡Si le traes a él tus pecados, te liberará y te devolverá la dignidad! Él desea liberarnos del pecado y concedernos su paz.
Texto de la semana: Isaías 42, 1-9